Sopetrán, un monasterio en ruinas
La historia
En el año 611 sería fundado por el rey Gundemaro, y terminado por Chindasvinto, vendría finalmente a ser destruído por los árabes, poco después de su entrada en la Península, en el 728. En un segundo intento, sería edificado nuevamente oor los mozárabes de la Alcarria, con el apoyo de San Eulogio, en el 847, viniendo a poblarlo en esa ocasión algunos monjes del convento agaliense de las cercanías de Toledo. Destruído luego por el rey moro Adafer, sería la tercera fundación atribuída a un príncipe islamita toledano, concretamente Haly Maimón, hijo del rey Almamún, quien en el año 1055 fué protagonista de un portentoso milagro que supuso acentuar el valor cristiano-mozárabe del lugar. Así lo cuentan los antiguos cronistas: regresando este príncipe a la ciudad del Tajo, arrastrando enorme cantidad de prisioneros cristianos hechos en alguna correría por la frontera del Duero, al llegar al valle de Solanillos, rompiéronse las cadenas de los cristianos,huyendo temerosos los árabes,y cayó postrado el príncipe ante la Virgen María, que llena de piedad y gracia, descendió del Cielo en cuerpo y alma, acompañada de innumerables ángeles y vírgenes gloriosas, cercada toda de una luz tan grande y resplandor, que hacía ventajas a las luces y resplandores del Sol. Quedó María sobre una higuera, y desde allí habló al moro, catequizándole con rapidez, consiguiendo de él que, después de un viaje a Roma, volviera a Sopetrán y allí esperara la muerte, que tardó aún quince años en llegar, haciendo el bien entre los cristianos mozárabes de Hita, que a su vez le ayudaban y querían.
Hubo luego otra fundación, la cuarta, esta vez a finales del siglo XI, por parte de Alfonso VI de Castilla, quien así quiso demostrar su agradecimiento a la Virgen por haberle salvado la vida del ataque de un oso en aquellos bosques. Comenzó a levantar una iglesia y un pequeño claustro «de tierra y ladrillos», poniendo a su cuidado una pequeña comunidad de canónigos regulares de San Agustín, a los que dió importantes donaciones, entre ellas los señoríos de Hita y de Torija, con sus correspondientes fortalezas, y la iglesia de Santa María de Guadalajara. Estos monjes construyeron un templo románico en toda regla, y su adyacente monasterio, a lo largo del siglo XII, pero finalmente fue otra despoblado.
Más fundaciones
La quinta y definitiva fundación del monasterio de Sopetrán fue debida al arzobispo de Toledo, don Gómez Manrique, a la sazón su propietario, cuando en 1372 decidió entregar aquel lugar a la Orden de San Benito, para que lo reedificara y cuidara, manteniendo vivo en el culto aquel enclave de tan larga tradición religiosa y mariana. Los primeros «frailes negros» vinieron desde San Millán de la Cogolla, en tierras de la Rioja. Eran doce, con su abad Martín al frente. A lo largo del siglo XV los abades se fueron sucediendo, con su título concedido de forma vitalicia. Le fué donado por el arzobispo «la capilla de Nª Srª y la iglesia antigua» junto a los bienes del Santuario dados por Alfonso VI. A cambio, debían servir como parroquia a los lugares del contorno, que eran entonces cinco: la Torre del Burgo (a la sazón llamada Torre de Sopetrán), Heras de Ayuso, y los hoy despoblados de Solanillos, Tres Casillas y Torre de don Vela. Les dió además muchas tierras, y la jurisdicción completa del lugar de Medianedo, entre Yunquera y Guadalajara, que se despobló en una epidemia de peste tiempo adelante. Además les entregó para su uso 300 ovejas, 50 vacas, 8 pares de bueyes para labrar sus heredades, y un legado de 100.000 maravedises.
Ya ricos desde ese momento, los benedictinos de Sopetrán fueron recibiendo sin descanso los favores y regalos de reyes y magnates. Su situación en un lugar de paso y camino muy frecuentado entre la meseta inferior y Aragón, casi todos los reyes de España le conocieron y dieron ayudas. Las luchas del siglo XV castellano estuvieron por acabar con él, pero el favor de los Mendoza, señores de Hita y su alfoz, en el que Sopetrán estaba incluído, fue la razón deterninante de su permanencia y aún de su progresivo crecimiento en los siglos modernos.
Protección de los Mendoza
Fue a mediados del siglo XV cuando el marqués de Santillana don Iñigo López de Mendoza puso todo su interés en mejorar las condiciones de vida y desarrollo de este cenobio. Tras la toma de Torija en 1452, le dió a la comunidad de Sopetrán 100 fanegas anuales de sal de las que él tenía en las salinas de Atienza, y 10.000 maravedises anuales situados en el impuesto de la martiniega de Hita. En el testamento de 1455, don Iñigo deja al monasterio la heredad de Heras con todas sus pertenencias (el molino, las huertas y alamedas, las viñas y bodegas, etc.). Y aún les regaló una buena colección de obras de arte, traídas de Flandes a través de la feria de Medina del Campo, para ornato del templo. De éllo hablaremos luego. Todavía en 1456 se ocupó de que la reforma ya en marcha de la Orden llegara a Sopetrán, haciendo venir de San Benito de Valladolid un buehn puñado de frailes, y poniendo a Sopetrán bajo el control directo de aquel cenobio castellano.
Su hijo don Pedro González de Mendoza, el gran Cardenal de España, también ayudó con entusiasmo a este enclave. Le concedió fuertes sumas de dinero para construir la iglesia. Y otros Mendoza posteriores siguieron apoyando con donativos y frecuentes visitas a este importante monasterio benedictino.
Tanto fué su interés por él, y tan fundido con la familia mendocina se veía el templo y el edificio todo, que cuando ya en el siglo XVII pasó por allí el rey Felipe IV en un viaje hacia Aragón, se extrañó de que esta familia no tuviera el patronato sobre la casa, y animando el monarca al entonces séptimo duque del Infantado, don Rodrigo, para que tal hiciera, este hecho se consumó el 21 de febrero de 1648.
Derrumbe y abandono
Lo que fue esplendor, ceremonia, afluir constante de visitantes y peregrinos durante largos siglos, quedó roto finalmente en 1836, cuando se puso en marcha el mecanismo de la Desamortización de bienes eclesiásticos dictado por el ministro liberal Mendizábal. Por tener entonces menos de 12 monjes, fue suprimido, y el edificio y sus pertenencias inlcuídas entre los bienes propios del Estado. Se sacó pronto a pública subasta, en un valor de algo más de dos millones y medio de reales. Finalmente, en 1847, fué adjudicado por 210.100 reales tan sólo al vecino de Guadalajara Camilo García de Estúñiga, quien pudo pagar tan poco alegando, como así era, que en ese año Sopetrán era ya solamente un solar y las paredes maestras. El expolio había sido, por lo que se ve, rápido y completo.
El arte
El visitante de hoy quedará conmovido ante la paz que se respira en Sopetrán. Se cruza el río por breve puente desde la carretera que va de Guadalajara a Hita. Se deja a mano izquierda un antiguo molino, que fué propiedad de los monjes, y se llega ante la solana que precede por mediodía al monasterio.
Lo más consistente del edificio se conserva en sus alas de mediodía y levante. En esta, frente al río, aún se ve un portón de apuntado arco gótico. El resto es inexpresivo, a no ser por la belleza de la hiedra que cubre sus muros. Un torreón de mayor altura ocupa la esquina del suroeste. Pero los costados de poniente y norte están perdidos, o malamente reconstruidos. Y a través de ellos puede contemplarse la joya de este monasterio, que es el claustro.
El claustro
Este patio central o gran claustro del monasterio de Sopetrán, conservado completo al menos en sus columnas y arcos, es una auténtica joya del estilo renacentista aunque en su fase de manierismo desornamentado, herreriano y clasicista, propio de los comienzos del siglo XVII. Se comenzó siendo abad fray Alonso Ortiz, y venía a sustituir al antiguo, gotizante, ya por entonces muy viejo. El que ahora vemos, sin cubierta y con las huellas en sus sillares de múltiples reformas y agresiones, es un espacio rectangular, alargado de sur a norte, con siete arcos en los costados más largos, y cinco en los más cortos, siguiéndose el orden toscano exclusivamente, y formado por pilares que sostienen anchos entablamentos, adosándose medias columnas en su parte exterior. La altura de la arquería del piso superior es la mitad del inferior, lo que le presta una proporción realmente extraña al claustro. Se hizo, costeado por los duques del Infantado, a imagen del que Juan de Herrera construyó en la casa madre de San Benito de Valladolid, y se sabe que duró su construcción al menos entre 1610 y 1648. En 1624 concretamente dirigía sus obras el maestro cantero Juan de la Sierra de Buega.
Al norte de este claustro, se conservan algunos restos mínimos de la que fuera gran iglesia monasterial. Debía ser de una sola nave, pues en el suelo se observan los arranques de los gruesos pilares de planta cuadrada con haces de tres columnillas en cada cara adosadas. En el ángulo nordeste del claustro aún sobreviven los muros y arranque de las bóvedas de lo que sería la sacristía de ese templo.
Los altares
Las joyas de arte que atesoró Sopetrán fueron numerosas. El marqués de Santillana le regaló hacia 1450 una magnífica talla en madera de la Virgen, mandada traer de Flandes. Y encargó un retablo para la capilla de la Virgen cuyas tablas, (salvadas por el conde de Romanones que en los años veinte de este siglo las llevó al Museo del Prado, donde se conservan) ofrecen con el mejor estilo de la pintura flamenca de fines del siglo XV, una serie de escenas relativas a María, de las que resulta más interesante la que representa al marqués de Santillana, orante, en el interior de la iglesia de Sopetrán ante el retablo de la Virgen.
En el siglo XVII, concretamente en 1639, se cambiaron los retablos, quitando los antiguos (posiblemente góticos de tradición flamenca) y poniendo unos nuevos que fueron encargados al pintor benedictino fray Juan Ricci, el cual realizó tres grandes retablos: en el mayor aparecía en gran lienzo la Asunción de María y otras escenas relacionadas con la vida de la Madre de Cristo; en un lateral puso escenas alusivas al martirio de San Pedro, y en el otro las relativas a Santa Catalina de Alejandría.
Hasta hace poco, estuvo en proceso de restauración, pues una empresa constructora tenía aprobado un proyecto de urbanización en su entorno. La crisis económica ha paralizado todo, y en estos momentos Sopetrán, el claustro, y el entorno monasterio, es una ruina que mantiene y aún acelera su proceso destructivo. Quizás la única solución sea la de que los poderes públicos -y teniendo en cuenta la gran importancia histórica que supone el conjunto- lo limpie y dignifique. El abandono actual no es de recibo.
Referencia Bibliográfica
Sobre este monasterio puede consultarse la obra de Antonio Herrera Casado, «Monasterios y Conventos de Castilla-La Mancha«, Aache Ediciones, Colección «Tierra de Castilla-La Mancha» nº 5, año 2005. 272 páginas. ISBN: 9788496236363, P.V.P. 20 €. pues en el aparecen, clasificados por provincias, todos los grandes conjuntos monasteriales de esta región.
Además debe consultarse la «Historia de Hita y su Arcipreste» de Manuel Criado de Val, Aache Ediciones, Colección «Scripta Academiae», P.V.P. 13,20 €, donde se explica gran parte de la historia de esta fundación.
Más bibliografía
Jesús Carrasco Vázquez ha escrito diversos artículos sobre el monasterio de Sopearán. Uno de ellos hace alusión a la fundación del monasterio. Ver aquí el PDF.
Un interesante trabajo sobre Sopetrán es el debido a Emilio Cuenca y Margarita del Olmo. Descargar aquí.
Y Fernando Vela Cossío publicó sus trabajos iniciales de investigación arqueológica en este lugar. Ver en «Actas de las I Jornadas de Arqueología de Castilla-La Mancha», 2005.